miércoles, 21 de noviembre de 2007

El positivismo, la sociedad de la información y la historia

Esta mañana he podido leer un artículo de Susana Frisancho sobre la relación entre Psicología y sociedad (vía La desconocida psicología) y un artículo sobre la sociología en Comte.

No es baladí relacionar ambos artículos.

Recientemente me enfrasqué en una discusión sobre la historia como disciplina. Mi idea era que la “popularidad” de la historia gracias a lo que enseñan en el colegio ha convertido nuestra disciplina en algo de lo que todo el mundo se abroga el derecho a opinar. Todo el que ha leído un libro o el que ha ido al colegio “sabe” historia. ¡Qué importan los años de carrera para aprehender las herramientas imprescindibles de la disciplina! La respuesta inmediata fue que la “culpa” o responsabilidad no es de que se enseñe historia en el colegio (y mal, claro), sino de cómo establecemos los historiadores nuestra propia disciplina. Cómo la difundimos. El mismo problema que critica Susana Frisancho en su artículo para el caso de la psicología.

La difusión del conocimiento gracias a las nuevas tecnologías, la universalización de la educación, el aumento de población y la alfabetización de las grandes mayorías ha creado un mundo donde la información está a la orden del día. No es difícil acceder a datos cuantiosos con rapidez. Pero la oferta disponible es tan amplia que es difícil establecer una selección de lo bueno y lo malo. Y gran cantidad de lo disponible es “divulgativo”, para un gran público ávido de información fresca pero poco contrastada. Rápido y de poca profundidad.

Mientras que las diversas disciplinas sociales (no voy a entrar en las ciencias exactas de las que confieso ser una total ignorante) se encaminan por nuevos rumbos cada vez más complejos, evolucionan, se transforman, se interrelacionan, derivan en nuevos planteamientos y su nivel de profundidad es tal que deben establecerse divisiones entre unas y otras, de modo que ya no existe “una” manera de hacer historia, sino múltiples (historia social, historia económica, historia intelectual, historia de la ciencia, etc) –lo mismo sucede con otras disciplinas, como reclama justamente Susana Frisancho- la percepción de la sociedad se ha quedado anclada en el pasado. Más concretamente en el positivismo de segunda mitad del siglo XIX.

Así es como una disciplina como la psicología se queda anclada en la psicología clínica (que sirve, a los ojos de los neófitos, para “curar” el comportamiento desviado de la sociedad) o la historia queda anclada en la mera recopilación “científica” y “aséptica” de datos, fechas y personajes históricos. Entonces no es de extrañar que iniciando uno de mis cursos un alumno me preguntara –¿es usted historiadora? –Sí. –¿Entonces conoce la historia de todos los países del mundo? –No, son muchos países en el mundo. Además yo me especialicé en América Latina. –Bueno, ¿los principales acontecimientos históricos de todos los países de América Latina?.

El historiador queda relegado a un mero repetidor de “cuentos” (varias veces he escuchado lo de que la historia la mejor manera de conocerla es que la cuenten como un cuento) plagados de fechas y nombres de personajes y carentes de contenido analítico o de sentido general. La historia se queda en el dato: historia cuantitativa en la que explicar las causas e implicaciones de la colonización de América queda relegada a cuántos indios murieron y así no hace falta entrar en interpretaciones, sino que “los números hablan por sí solos”. O la reciente discusión sobre cuántos fueron los volúmenes que los chilenos sustrajeron de la Biblioteca Nacional del Perú durante la ocupación del territorio peruano en la guerra con Chile (1879-1884).

Conocer, comprender e interpretar los datos históricos para elaborar un relato coherente sobre el pasado requiere mucho más que eso. Requiere establecer categorías de análisis que lleven a entender procesos complejos. Evidentemente, es necesario en algunos casos simplificar algunos de estos procesos complejos para poder ser aprehendidos. Pero es imprescindible hacer entender que una cosa es la necesaria simplificación que implica el análisis y otra el reduccionismo extremo al que llegan algunos, convirtiendo la historia en una mera pantomima.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Historia e Historiadores

Estoy tratando de abordar la historia peruana, leyendo la (más bien escasa) bibliografía al uso y ejerciendo casi constantemente labor de crítica sobre las fuentes secundarias a las que me enfrento. Recién empiezo a prestarle atención detallada a la historia del Perú y los temas son amplios y en gran parte de las ocasiones, mal trabajados. Incluso algunos de los trabajos que más se leen sobre los distintos temas denotan falta de rigor o graves deficiencias. La más llamativa (aunque no necesariamente la más perjudicial) es la costumbre de citar sin referencias, o generalizando: “algunos historiadores sostienen...” sin precisar quiénes, dónde y cuándo. La otra, la que ahora me está dando mayores quebraderos de cabeza, es la de citar a Jorge Basadre(1) sin haberlo leído, y por supuesto sin poner referencia de dónde o cuándo lo dijo. Esos son los que a mí me resultan más “tóxicos” porque comprobar la veracidad de lo que dicen se hace casi imposible. Pero desde luego no son los más perjudiciales, puesto que constituyen errores de forma y no de fondo. Por supuesto que los textos también están plagados de errores de fondo, de escasa rigurosidad a la hora de hacer aseveraciones y de mal uso de los conceptos históricos, herramienta básica del historiador. Citemos como ejemplo la lectura que estoy haciendo ahora, que habla de "proletariado obrero campesino"(2).

Cuando uno ha estudiado durante más de diez años sobre temas históricos (aunque no hayan sido concretamente “éstos”) puede suplir con oficio lo que le falta a la fuente. El inconveniente surge cuando uno se enfrenta a la tarea de enseñar: hay que usar el material que hay, pero a sabiendas de que los alumnos no tienen conocimiento suficiente para ejercer la crítica. Y repetirán cual papagayos lo que dice la lectura, en el mejor de los casos, porque lo normal es que no lean, sino que se pasen un mal resumen que es con lo que trabajan y que, por lo general, recoge sin excepción todos los detalles criticables de la lectura y desdeña los provechosos.

Enfrentarse a la tarea titánica de escribir todo de nuevo no suele ser muy provocador. Sí que alguna vez uno se plantea la posibilidad de escribir algo que “valga” y que cubra un extenso periodo de tiempo. Pero hay que dedicarle mucho trabajo que no va a ser pagado (o si te lo pagan, será mal pagado) y mucho menos reconocido.




1Jorge Basadre es uno de los historiadores peruanos más importantes. Su labor titánica fue la de hacer un compendio de la historia del Perú en 11 volúmenes, que recoge los hechos y personajes más importantes desde la Independencia hasta el año 1933. Su labor de décadas de investigación difícilmente podrá ser superada. Pero siendo once volúmenes y habiéndose producido muchos cambios entre las primeras ediciones y las últimas, por lo general los historiadores repiten, sin haberlo leído, lo que otros antes aseguran que dijo.
2 Walter Vega: CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES DE LA REPUBLICA ARISTOCRÁTICA (1899-1919) es.geocities.com/grupoperspectivas/REPUBLICAARISTOCRATICA.doc

viernes, 9 de noviembre de 2007

Achorados y acholados

Leo con algo de indignación el reciente post de Faverón en Puente Aéreo. Indignación quizá por su suavidad a la hora de tratar a Abelardo Sánchez León y su dureza al hablar de César Hildebrandt. O quizá porque el tema me trae reminiscencias de múltiples matices que se conjugan a la hora de hablar de la idiosincrasia peruana o del imaginario colectivo de este país.

Hildebrandt en su artículo sigue a su estilo: comienza con la retórica más anti-chilena posible (al gusto popular de estas tierras) y sigue con su diatriba contra los peruanos que le "molestan". Balo también se lanza con odio futibundo contra aquél peruano que le fastidió su almuerzo de Todos los Santos y del que se tuvo que defender ¡¡silla en mano!!

Para mí, fuera de diferencias de matíz, representan el mismo síntoma de que adolece la idiosincrasia peruana: el desprecio, el racismo, el odio visceral, en suma, la discriminación.

A diferencia de Faverón, yo sí creo que se cierne sobre los dos un halo de racismo. En el caso de Balo, de medias tintas, de palabras dichas con la boca pequeña porque no son "políticamente correctas". En el caso de Cesar Hildebrandt, su estilo mordaz, engolado, directo e hiriente de siempre, sin nada que esconder. Pero los dos revelan un mismo fenómeno, más bien una misma actitud ante el "desborde popular": la del pituco que ve al populacho ocupar los lugares que no debería.

Me gusta mucho utilizar una frase de Susana Aldana que aparece publicada en Frasespucp: "Mientras en Cuba las personas no querían desligarse de sus casas en el centro histórico, en el Perú, las personas huían de ellas para librarse de la chusma... Sin embargo la chusma las iba siguiendo... Es cierto, es así, la chusma siempre los va a seguir"
Es la actitud de los dueños de una casa pituquísima en pituquísimo barrio limeño que cambian el agua de la piscina cuando regresan de sus vacaciones "porque la sirvienta se ha bañado y dios sabe lo que habrá hecho en la piscina", o de los asiduos a Asia -me refiero al balneario pituquísimo, claro está-, donde las muchachas y hombres dedicados al servicio no pueden bajar a la playa antes de las 6 de la tarde y de ninguna manera pueden ir vestidos si no es con un traje de "mucama francesa" (o similares) que les identifique.

¿Es racismo o clasismo? Yo diría que las dos cosas. En una sociedad en la que el dinero "blanquea" más rápido que los doctores a Michael Jackson, el poder establece redes y deslinda lugares de ocupación ("cada uno en su sitio"), el pobre generalmente es indio o cholo. El que ya no es pobre, ya no es cholo. Y si es rico pero sus actitudes son consideradas prepotentes y achoradas, entonces es "nuevo rico". ¡Seguro que se apellida Quispe! Es el deslinde con lo que no queremos ser, con lo "otro". La prepotencia y las malas maneras no son nuestras, son siempre del otro, del que debe ser segregado (es la frase dura y despreciativa de Balo al final del artículo: los técnicos peruanos -los buenos y deseables- serán llamados al extranjero "Y a nosotros nos dejarán la chauchilla").

Es la recuperación de la imagen de inicios del siglo XIX (este cambio de siglo repite imágenes del anterior): cómo "blanquear" a los indios para que la nación prospere, si se deja que los indios o cholos sigan siendo eso el Perú seguirá yéndose al tacho.

Balo comienza su artículo con una anécdota personal. Utiliza su caso personal para caracterizar a toda la sociedad peruana. Yo también puedo usar esa receta (por lo pronto bastante criticable). Tengo una anécdota que ejemplifica el caso contrario, el del rico achorado. Ocurrió recién cuando llegué a este país, a los seis meses de recién llegada. Creo que eso la hace más atractiva porque me reveló mucho de las clases y las actitudes, en contraste con otras realidades que yo había conocido antes. Por eso disfruto mucho contándola. Es la que sigue:

Estabamos casi recién llegados a Sicuani. El paso rápido de Madrid a Lima y de Lima a Sicuani convirtió mi mudanza en todo un mundo de cosas nuevas. R. y yo fuimos a comer a un restaurante, uno de los mejores restaurantes cerca de Plaza de Armas. En el restaurante escogimos una mesa en el comedor interior, cercana a la cocina. Durante el almuerzo había una pareja de perros paseandose a sus anchas por el restaurante, acercándose a nuestra mesa para pedir comida, incluso a veces llegando casi dentro de la cocina. Preguntamos al camarero, quien llamó al administrador. Se nos acercó diligente y le dijimos que los perros no podían estar en el restaurante en semejante actitud. El administrador, excusándose, nos dio la razón y fue a hablar con el propietario. Sentado en una mesa cerca de la entrada, acompañado de varias personas, se encontraba el propietario. Y el administrador recibió de él la misma atención que del filete que estaba comiendo. El administrador fue el encargado de sacar a los perros del restaurante. Después, cabeza gacha, se acercó a nuestra mesa y a modo de excusa nos dijo, a media voz, como en confidencia: "es el jefe de policía". En este caso, la actitud achorada y prepotente es de misti. Ya sé, me dirán, es serrano, pues.

Ahí está el asunto: el que no es limeñísimo, vive en barrio pituco y lleva apellido español -europeo-, no es, o es despreciable.